En Ciegos contra el viento, Miguel Ángel Manganell habla de asuntos muy serios: las trampas del destino, la sombra y la oscuridad que se filtran por las paredes de las relaciones familiares, el pequeño mundo literario de una ciudad de provincias y sus mezquinas ambiciones, la usura del tiempo, la vejez, el olvido, el amor y, claro, la muerte. El humor, que lo hay, está mordido por la pena y el desengaño; es un humor cáustico y ácido que nos deja helada la sonrisa.
Más que escribir, Miguel ha hecho un trabajo de artesano, cincelando y puliendo cada una de las frases de los textos. La agilidad en los diálogos, los cambios de registro, la precisión de cada adjetivo, el ritmo de la narración, dan cuenta de cuánto hay de papelera y de orfebre en cada frase.
Ramón Repiso