La ambulancia había llegado por fin, después de lo que se nos había hecho un tiempo interminable. Todos respiramos aliviados: estaba en manos de profesionales, había esperanza.
Pobres ilusos, aún no éramos conscientes de que su asesino le había inflingido un daño tal que era imposible que sobreviviera más de unos minutos. Una nueva llamada nos confirmó lo inevitable: nuestra madre había fallecido camino del hospital…
El verdadero infierno se desencadenó entonces: gritos, alaridos, gemidos de dolor… Y, de repente, para nuestra sorpresa, yo sentí una gran calma; silencio absoluto. Mi madre estaba a mi lado, desorientada, pero decidida a transmitirme su mensaje.
Me tocó el hombro y me pidió que fuera muy fuerte, porque me iba a necesitar mucho… ¡Mi madre seguía viva! Y aquí está conmigo en este libro, para contaros, para contarnos, por qué sigue con nosotros.