Aixa Rava construye un mundo onírico donde lo delicado convive con lo salvaje en la tensión cotidiana de un yo que habita un paisaje inmenso, inabordable, por momentos indócil. Su poesía es un contrapunto de glaciares, neviscas, álamos protectores, frambuesos y «pequeños movimientos afectivos» que se desarrollan en interiores domésticos. De este cruce entre la vastedad patagónica y los microclimas íntimos emerge una voz personal, a veces inquietante, que bucea entre el extrañamiento y la familiaridad.
Marisa Martínez Pérsico
Hay que celebrar la poesía y agradecer cuando se la encuentra. Por eso cuando sucede, hay que compartir el hallazgo. Es lo que me pasa con la poesía de Aixa Rava. Sumergirse en su lectura es empezar la travesía, guiada por una voz que ha construido su alfabeto poético a partir de las letras de la geografía que la habita; es caminar con la poeta por la «tierra más austral» y verla llegar, quemándose con el frío por tocar la nieve. Aixa Rava va por su escritura con su paisaje puesto, como el mejor de sus vestidos. Debajo de ese ropaje está el mapa de su cuerpo, del cuerpo de todas, el territorio del que estamos hechas, con sus superficies y relieves. Sus poemas logran así la magia de dejar a los foráneos en tierra conocida.
Yirama Castaño