Entre tanta cursilería de poema/selfie como nos está cayendo —y no solo desde la poesía más joven—, Rocío Rojas-Marcos hace en Manderley un imponente ejercicio de apnea sentimental en un poema hecho de instantáneas en las que el dolor, la sensación de vacío y derrota, la conciencia de tiempo abolido consigue contagiársenos y asomarnos al lugar al que la propia voz que habla se enfrenta: el abismo.
El libro, muy breve, se agiganta por su intensidad, porque entre instantánea e instantánea el lector se ve acuciado a salir a la superficie a respirar: es de esos libros que parten legítimamente de la necesidad de combatir una impotencia con palabras, y aunque la guerra esté perdida, los poemas quedan como huellas que por sí solas emocionan al convertirse en memoria de un camino. El libro termina sin embargo con una excelente composición en la que basta una mujer y una bicicleta para hacer un canto a la resistencia y a la vida y, entre tanto poema de autoayuda como nos está cayendo —y no solo desde la poesía más veterana—, convencernos de que sigue habiendo camino por andar o por pedalear.

Juan Bonilla